domingo, 31 de enero de 2010

AUTONOMIA



AUTONOMIA ES EL ARTE DE SABER DECIR SI, CUANDO HAY QUE DECIR SI Y SABER DECIR NO, CUANDO HAY QUE DECIR NO.

Si hablamos de enseñar autonomía, lo primero que usted tiene que hacer es revisar su propia vida. Su compromiso personal con la educación. ¿Hasta donde, usted como maestro, lleva la pedagogía en la sangre? ¿Hasta donde usted trabaja por mística, en la que exprese permanentemente su deseo su compromiso con sus discípulos?

Fomente la aplicación de la autonomía en sus hijos. Una persona autónoma nunca cae en los vicios. Las investigaciones afirman que es muy frecuente la influencia de los amigos en los jóvenes que han caído en las drogas y en el alcohol. Por favor lean esta historia y la analicela.

Alguna vez trabajando en una brigada de rehabilitación de adictos a las drogas, en una reconocida calle de la ciudad me encontré con una persona que entre un poco de basura, me pedía algo de alimento. Empecé a hablar con el y me sorprendió el hecho de que tuviera dos carrera y hablara dos idiomas. Y mientras conversaba con el, comencé a mirar a otras personas que dormían en el mismo sitio. De pronto, le pregunte a una de ellas que si sabia leer, para determinar si le podía regalar uno de mis libros: me contesto que no. Seguí hablado con mi amigo, ya en ese momento era amigo, mientras le invitaba a desayunar pan con chocolate caliente. Me contó que había terminado Ingeniería Química, que se había especializado en el exterior y que estaba allí por la droga. Ese día se transformo mi vida. Mientras yo hablaba con el hombre estudiado y miraba al que no sabia leer, mentalmente los comparaba y eran iguales. En ese momento me pregunte: ¿En donde esta el cuento de la educación? Si al estudiado, realmente lo hubiésemos educado: nunca se hubiera desviado. Lo instruimos, le llenamos la cabeza de conocimientos, pero estábamos lejos de llagar a educarlo. Hablando con el químico, como le llamaban sus compañeros de potrero, le pregunté: ¿Qué fue lo que te llevo a las drogas? Me respondió: mis amigos. ¿Recuerdas cuando fue la primera vez que consumiste droga? Me respondió: Si claro, en el parque del barrio, una tarde después de salir de clase, había un grupo de amigos, me la ofrecieron y ese día fue la primera vez. Le pregunte ¿Si tantas veces te la habían ofrecido, tú porque la probaste ese día? Me respondió: ¡porque me dijeron gallina! Y me contó la historia de cómo los amigos, diciendo ¡gallina! Le habían doblegado su voluntad.

Yo me despedí de el, después de un tiempo volvimos a hablar un par de veces, y nunca le volví a ver, pero me dio una gran lección. Empecé a pensar. ¿Qué podemos hacer los educadores para entrenar a nuestros hijos y decirles muchas veces ¡gallina!. ¡Gallina! ¡gallina!, de tal forma que, cuando se vean presionados por el medio, con una expresión similar, no se vean tentados a aceptar una mala propuesta por el solo hecho de no haber recibido un entrenamiento adecuado?

¿Cómo podemos inventarnos una dinámica para decirles gallina, en el hogar o en el aula de clase y garantizar que cuando se lo digan afuera no les va a afectar, porque ya están familiarizados con el término y sus consecuencias?.

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